martes, 24 de enero de 2012

A través de la lente de Norberto Chaves

Continuo con la lectura del último número (30) de la revista Diagonal, y tal como comentaba en el post anterior, me parece interesantísima la entrevista a Norberto Cháves, realizada por Guim Espelt i Estopà y Ricard Gratacòs, de la cual pondré a continuación algunos extractos. 
Cómo él mismo se define, Norberto Cháves es asesor en Identidad Corporativa, ensayista y docente en temas relacionados con la arquitectura, el diseño y la comunicación; y una figura ineludible cuando se habla del panorama del diseño en Barcelona en las últimas décadas. En esta entrevista habla de su pasado en la Argentina; de sus estudios de arquitectura; de cómo abandonó dichos estudios pero se formó como arquitecto-interiorista trabajando con Peralta Ramos, diseñando los interiores del Sheraton Buenos Aires; de la importancia de la figura de Van Eyck en su decisión de inclinarse hacia la semiología; de los indignados del 15·M; de imagen corporativa, su especialidad; y de su vida en la Ciutat Vella de Barcelona. De tan extenso material, destaco en este post sus opiniones acerca de la crítica arquitectónica, la capacidad comunicativa de los edificios, y su visión del proceso de degradación sufrido por el casco antiguo de Barcelona, todos temas recurrentes en este blog, ya que forman parte de mis propias preocupaciones.
(Los destacados en negrita son míos)

-- [Antes] hablaba de la necesidad de incorporar lo contradictorio como elemento cultural. Nos parece que en Barcelona hay una falta de crítica en el ámbito arquitectónico. Es superficial, autoinhibida y poco concreta. El mundo académico está íntimamente relacionado con el mundo proyectual y, lamentablemente, la crítica ha venido de otras disciplinas. 
- La actitud acrítica en el medio de los arquitectos, que padecen las presiones del mercado, tiene dos raíces. Por un lado hay quienes, por falta de formación intelectual y cultural, confunden las tendencias del mercado con las tendencias de la cultura. Esos son los ignorantes. Después están los perversos, aquellos que saben lo que están haciendo pero callan por una cuestión corporativista. Es decir: “Yo no voy a ser el valiente que ponga el dedo en la llaga, pues me sacan de la lista. No critico al colega y él no me critica a mí”. No solo no autocritican lo que están haciendo sino que desarrollan un discurso apologético del sensacionalismo. Y venden ese espectáculo como cultura. Estoy seguro de que muchos de ellos saben lo que están haciendo pero no lo dicen. Y lo peor de todo, no se lo dicen a los alumnos, cosa que me parece poco ética. Para mí hay una norma de deontología docente y es que, a un alumno, no se le puede mentir. Eso es una estafa intelectual. 

- Como vecino de Ciutat Vella, ¿cuáles cree que han sido las carencias de las intervenciones desarrolladas en el casco antiguo de Barcelona? 
- Cuando llegué a esta ciudad, enseguida me enamoré del casco antiguo: tenía una riqueza enorme, adquirida por acumulación. Siempre viví en él y siempre he sentido que nos lo iban arrebatando.
He seguido el proceso desde el año 1977, que es cuando llegué. A grandes rasgos, la política urbano-arquitectónica ha sido monolítica y prolongada. El Partido Socialista estuvo gobernando Barcelona durante cuarenta años —igual que Franco—, e hizo lo que mandaba el capitalismo: bendecir las reglas del mercado. Entiendo que es difícil salir de ellas, pero no hizo ninguna negociación significativa.El casco antiguo era una sumatoria de barrios malolientes, peligrosos o lo que quieras, pero vivo. En el pasquín “Nova Ciutat Vella” —de nombre delator—, el regidor del barrio publicó un artículo titulado: “Disputarle el barrio a la marginación”. No superar la marginación, sino expulsarla, marginarla más y quedarse con el barrio. A este tipo de proceso se lo llama “gentrification”. En ello, Barcelona fue una de las líderes europeas. Se dieron cuenta de que las piedras viejas tienen valor de mercado, y dejarlas en manos de los pobres era desaprovechar esa mercancía. 
Esa política generó una especie de metástasis que va carcomiendo las arterias del barrio y va entregando el casco antiguo al flujo de masas y de consumo, y quita, por lo tanto, vida urbana. Todo está dirigido a incentivar la circulación, porque el flujo peatonal levanta el precio del metro cuadrado. Por ejemplo, la eliminación de escalones se suele llamar “levantamiento de barreras arquitectónicas para los discapacitados”. Es verdad. La masa es esa discapacitada general que, al no encontrar barreras, “fluye”, y cuando se da cuenta, ya está en la barra de pinchos. 
Yo estoy contentísimo de que no hayan restaurado esta casa [donde tiene su estudio] porque, si no, se habría perdido todo: la habrían “modernizado”. Y no se trata de que al restaurarla se deba reproducir la forma original. Se trata de producir una forma contemporánea que manifieste abiertamente su simpatía y no su odio por lo anterior.



Los arquitectos no quieren reconocer que sus obras, a excepción de las espectaculares, carecen de todo interés. La gente va al lugar donde hay perspectivas, sombras, calidades texturales… Nadie quiere mirar de frente las nuevas arquitecturas. Los lugares interesantes de las ciudades son los históricos. Y no porque la gente sea nostálgica, sino porque fuera de eso no hay nada que ver… a excepción de los esperpentos posmodernos. 
- Respecto a la capacidad comunicativa de un edificio. ¿Es una imagen corporativa en sí mismo? 
- No hay ningún recurso de la empresa o institución que pueda identificarse con ella tanto como el edificio. La arquitectura es el cuerpo de la corporación y el lenguaje lo delata. El edificio tiene que responder al talante de la empresa. Algunos lo saben hacer y otros no. Además, hay empresas que, inmersas en la cultura del espectáculo, buscan el edificio singular a criterio y capricho del arquitecto. Esta es otra manera de identificarse, mediante el disfraz, no mediante la indumentaria. Cada cual sale a la sociedad como quiere: unos en su estado natural y otros disfrazados. Esto forma parte de la realidad, yo no lo cuestiono. Cada cliente tiene lo que se merece. Mi crítica tiene otro blanco. Se supone que el Estado tiene que regular las contradicciones del sistema. Hay que considerar que todo lo que los individuos y las empresas hagan forma parte de un patrimonio común. Teóricamente no puedo hacer lo que me dé la gana 

[...]

El mercado y el interés comercial se sobreponen a todo. Si hay que vender a la abuela, la venden. El capitalismo ha llegado a la unidimensionalidad total. Echo de menos una contestación por parte de los que teóricamente tendrían que defender el patrimonio arquitectónico, como por ejemplo, el Colegio de Arquitectos. Tenemos que aceptar y actuar el desdoblamiento: todos estamos trabajando para el mercado, pero a su vez somos ciudadanos con conciencia cultural. El no atreverse a opinar contra la propia profesión me parece una señal de mezquindad, de falta de grandeza y calidad intelectual.

Yo asesoro a empresas e instituciones y hago mi trabajo de la mejor manera que puedo, pero no me jacto de que mi obra sea el súmmum de la cultura. Pero el arquitecto se vanagloria de lo que hace. Nouvel se enfurecería si supiera que se construirán edificios más altos al lado de la torre Agbar. Hay una alienación en el show. Todo el mundo quiere show: el arquitecto y el cliente. Les beneficia a los dos: Marca busca marca!.

Extractos de "Revista Diagonal", nro. 30, diciembre 2011.

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