Continúo la publicación con la tercera parte del texto de Noam Chomsky, "El control de los medios de comunicación",
que creo de absoluta actualidad por los diversos acontecimientos
políticos que están ocurriendo en España y diversas partes de todo el
mundo.
El siguiente texto es un extracto de un texto más amplio, referido a pie de página.
Entradas anteriores:
Primeros apuntes históricos de la propaganda
La democracia del espectador
Relaciones públicas
Fabricación de la opinión
También
es necesario recabar el apoyo de la población a las aventuras exteriores.
Normalmente la gente es pacifista, […] ya que no ve razones que justifiquen la
actividad bélica, la muerte y la tortura. Por ello, para procurarse este apoyo
hay que aplicar ciertos estímulos; y para estimularlos hay que asustarlos. […]
Los
programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. […] Si tomamos
programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en
materia de gasto social, etc., prácticamente todos ellos recibían una oposición
frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba
a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar
y articular sus sentimientos, o incluso de saber que había otros que compartían
dichos sentimientos, los que decían que preferían el gasto social al gasto
militar […] daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas
en la cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que
suponer que nadie pensaba así; y si lo había, era lógico pensar que se trataba
de un bicho raro. Desde el momento en
que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o
refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para
articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un
mar de normalidad. De modo que acaba
permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre, mirando hacia
otro lado, como por ejemplo la final de Copa.
[…]
El
rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una
batalla permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar
el movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la
cual la clase especializada le puso el nombre de crisis dela democracia. Se
consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios
segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban
intentando participar en la arena política. El conjunto de élites
coincidían en que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta
y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia
las clases acaudaladas y privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos
concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del diccionario, lo
anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es
un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la
apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural, para
lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no funcionó. Afortunadamente, la
crisis de la democracia todavía está vivita y coleando, aunque no ha resultado
muy eficaz a la hora de conseguir un cambio político. Pero, contrariamente a lo
que mucha gente cree, sí ha dado resultados en lo que se refiere al cambio de
la opinión pública.
Después
de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que la enfermedad diera
marcha atrás. La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía
un nombre técnico: el síndrome de Vietnam,
término que surgió en torno a 1970 y que de vez en cuando encuentra nuevas
definiciones. El intelectual reaganista Norman Podhoretz habló de él como las
inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Pero
resulta que era la mayoría de la gente la que experimentaba dichas inhibiciones
contra la violencia, ya que simplemente no entendía por qué había que ir por el
mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos. […] Tal como decía
con orgullo el Washington Post
durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo
Pérsico, es necesario infundir en la
gente respeto por los valores marciales.
Y eso sí es importante. Si se quiere
tener una sociedad violenta que avale el uso de la fuerza en todo el mundo para
alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar
debidamente las virtudes guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del
uso de la violencia.
La representación como realidad
También
es preciso falsificar totalmente la
historia. Ello constituye otra manera de vencer esas inhibiciones
enfermizas, para simular que cuando
atacamos y destruimos a alguien lo que estamos haciendo en realidad es proteger
y defendernos a nosotros mismos de los peores monstruos y agresores, y
cosas por el estilo. Desde la guerra de Vietnam se ha realizado un enorme
esfuerzo por reconstruir la historia. Demasiada gente, incluido gran número de
soldados y muchos jóvenes que estuvieron involucrados en movimientos por la paz
o antibelicistas, comprendía lo que estaba pasando. Y eso no era bueno. De
nuevo había que poner orden en aquellos malos pensamientos y recuperar alguna
forma de cordura, es decir, la
aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y correcto.
[…] Así pues, era necesario que esta fuera la imagen oficial e inequívoca; y ha
funcionado muy bien, ya que si se tiene
el control absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la
intelectualidad son conformistas, puede surtir efecto cualquier política. Un
indicio de ello se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la
Universidad de Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del
Golfo Pérsico, y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras
se veía la televisión. Una de las preguntas de dicho estudio era: ¿Cuántas
víctimas vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra de Vietnam? La respuesta
promedio que se daba era en torno a
100.000, mientras que las cifras oficiales hablan de dos millones, y las
reales probablemente sean de tres o cuatro millones. Los responsables del
estudio formulaban a continuación una pregunta muy oportuna: ¿Qué pensaríamos
de la cultura política alemana si cuando se le preguntara a la gente cuantos
judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000? La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos
tratar de encontrarla. ¿Qué nos dice todo esto sobre nuestra cultura? Pues
bastante: es preciso vencer las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la
fuerza militar y a otras desviaciones democráticas. Y en este caso dio
resultados satisfactorios y demostró ser cierto en todos los terrenos posibles:
tanto si elegimos Próximo Oriente, el terrorismo internacional o Centroamérica.
El cuadro del mundo que se presenta a la
gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad
sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras. Se ha alcanzado un éxito extraordinario en
el sentido de disuadir las amenazas democráticas, y lo realmente interesante es
que ello se ha producido en condiciones de libertad. No es como en un
Estado totalitario, donde todo se hace por la fuerza. Esos logros son un fruto
conseguido sin violar la libertad. […]
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