Continúo con la publicación de la segunda parte del texto de Noam Chomsky, "El control de los medios de comunicación", que creo de absoluta actualidad por los diversos acontecimientos políticos que están ocurriendo en España y diversas partes de todo el mundo.
El siguiente texto es un extracto de un texto más amplio, referido a pie de página.
Entradas anteriores:
Primeros apuntes históricos de la propaganda
Relaciones públicas
Las
relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la
actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año, y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es
el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió
durante la Primera Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo
grandes problemas: una gran depresión unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de organización. En
1935, […] los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa,
a saber, el derecho a organizarse de
manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer
lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado
estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo
en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las
posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos tienen que estar atomizados,
segregados y solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque en ese caso
podrían convertirse en algo más que simples espectadores pasivos.
Efectivamente, si hubiera muchos individuos de recursos limitados que se
agruparan para intervenir en el ruedo político, podrían, de hecho, pasar a
asumir el papel de participantes activos, lo cual sí sería una verdadera
amenaza. Por ello, el poder empresarial tuvo una reacción contundente para asegurarse de que esa había sido la
última victoria legislativa de las organizaciones obreras […]. Y funcionó. Fue
la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario, y, a partir
de ese momento […] la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez
menor. Y no por casualidad, ya que estamos hablando de la comunidad
empresarial, que está gastando enormes sumas de dinero, a la vez que dedicando
todo el tiempo y esfuerzo necesarios, en cómo afrontar y resolver estos
problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras
organizaciones […]. Y su principio es
reaccionar en todo momento de forma inmediata para encontrar el modo de
contrarrestar estas desviaciones democráticas.
La
primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante
huelga del sector del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los
empresarios pusieron a prueba una nueva
técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy
eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los trabajadores,
algo que ya no resultaba muy práctico, sino por medio de instrumentos más
sutiles y eficientes de propaganda. La
cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los
huelguistas, por los medios que fuera. Se
presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la
sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el
trabajador o el ama de casa, es decir,
todos nosotros. Queremos estar
unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar
juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son
subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atentan contra el orgullo de
América, y hemos de pararles los pies. El ejecutivo de una empresa y el chico
que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con
simpatía y cariño los unos por los otros. Este era, en esencia, el mensaje. […]
Más adelante este método se conoció como la fórmula
Mohawk Valley, aunque se la denominaba también métodos científicos para impedir huelgas. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos
resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de
conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién
puede estar en contra de esto? […]
De
hecho, ¿qué pasa si alguien le pregunta si da usted su apoyo a la gente de
Iowa? Se puede contestar diciendo Si, le
doy mi apoyo, o No, no la apoyo.
Pero ni siquiera es una pregunta: no
significa nada. Esta es la cuestión. La
clave de los eslóganes de las relaciones públicas como Apoyad a nuestras tropas es que no significan nada, o, como
mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa. Pero, por supuesto había
una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: ¿Apoya usted nuestra política? Pero,
claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único
que importa en la buena propaganda. Se
trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al
contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia
decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas
que sí significan algo: ¿Apoya usted
nuestra política? Pero sobre esto no
se puede hablar. Así que tenemos a todo el mundo discutiendo sobre el apoyo a
las tropas: Desde luego, no dejaré de
apoyarlas. Por tanto, ellos han ganado. Es como lo del orgullo americano y
la armonía. Estamos todos juntos, en
torno a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá
gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus
discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo
de cosas.
Todo
es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego consiste en
algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las
relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es
decir, intentando inculcar los valores correctos. De hecho, tienen una idea de
lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada
está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la
sociedad, mientras que al resto de la población se le priva de toda forma de
organización para evitar así los problemas que pudiera causar. La mayoría de
los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar
religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es
poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase
media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo
americano. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber
algo más, pero en el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la
televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es
una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está
prohibido organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en
condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo
por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer.
Así
pues, este es el ideal para el cual se han desplegado grandes esfuerzos. Y es
evidente que detrás de él hay una cierta concepción: la de democracia, tal como
ya se ha dicho. El rebaño desconcertado
es un problema. Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que
distraerlo. Será cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden
en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o películas violentas, aunque de
vez en cuando se los saque del sopor y se los convoque a corear eslóganes sin
sentido, como Apoyad a nuestras
tropas. Hay que hacer que conserven
un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos
los posibles males que pueden destruirlos, desde dentro o desde fuera, podrían
empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen
la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerlos y marginarlos.
Esta
es una idea de democracia. […] Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, los
sindicatos entraron en declive […] Todo quedó destruido y nos vimos trasladados
a una sociedad dominada de manera singular por los criterios empresariales. […]
Era la única sociedad industrial que no tenía un servicio nacional de
asistencia sanitaria. No existía ningún compromiso para elevar los estándares
mínimos de supervivencia […]. Por otra parte, los sindicatos prácticamente no
existían, al igual que ocurría con otras formas de asociación en la esfera
popular. No había organizaciones políticas ni partidos […]. Los medios de
información constituían un monopolio corporativizado; todos expresaban los
mismos puntos de vista. Los dos partidos
eran dos facciones del partido del poder financiero y empresarial. Y así la
mayor parte de la población ni tan sólo se molestaba en ir a votar ya que
carecía totalmente de sentido, quedando, por ello, debidamente marginada. Al
menos este era el objetivo. La
verdad es que el personaje más destacado de la industria de las relaciones
públicas, Edward Bernays, procedía de la Comisión Creel. Formó parte de ella,
aprendió bien la lección y se puso manos a la obra a desarrollar lo que él
mismo llamó la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la democracia. Los individuos capaces de fabricar
consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad
financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.
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